En los sonetos de Luis García
Arés nos encontramos con el amor en su manifestación
más plena, es decir con un sentimiento que no solo logra
superar el paso del tiempo como escribió Quevedo
sino que además, al aumentar en profundidad, hace que nos
acerquemos a ese ideal que todos llevamos dentro y que, aunque
no pase de ser un espejismo, consideramos como único y
propio.
Tal idea del amor coexiste en este libro con un requisito fundamental
de la poesía: su intemporalidad. Y es que, alejados de
las modas al uso, los versos de García Arés están
predestinados a pervivir y a no perder la calidez ni la serenidad.
Impecables sonetos, cincelados con precisión de orfebre
y calidez de enamorado. Gracias, Luis, por la bondad y la belleza
que despliegas en tus poemas. A la tarde, te han examinado en
amor y has sacado sobresaliente. (Luis Alberto de Cuenca)
MADRIGAL
A Beatriz, mi esposa
Porque es ciego Cupido
te contemplo, Beatriz, con la mirada
remota, juvenil e ilusionada
de nuestra primavera;
pero aunque Amor tuviese vista aguda
¿cómo poner en duda
que te vería igual que ayer te viera?
¡Ay, saeta certera!
¡Ay, corazón herido!,
flechado sí, mas nunca dividido.
PERVIVENCIA
Dura ya medio siglo esta partida
de juego de ajedrez, y en el tablero
me repliego tenaz ante el certero
acoso que me cierra la salida.
Es la Muerte el rival, y va la vida
en el mate sutil que con esmero
intuyo que me tiende el caballero
que a todos trata igual y que no olvida.
Cae la nieve en mi campo y ya hace frío;
no resisten su empuje mis bastiones
y sé que en su celada caeré luego.
Mas, ¡qué importa! La dama, el amor mío,
ha tiempo que me dio cuatro peones
que, en cierto modo, seguirán mi juego.
El autor: Luis García Arés
Ávila, 1934 - 2013.
Escritor y editor.
Entre su producción poética cabe citar Sonetos
interiores, El Santo Rosario en sonetos, Versos
para la Navidad o Gratia
plena. Asimismo tradujo la obra de Edgar Alan Poe y la
poesía de Alfred Tennyson. También realizó
una incursión en el terreno de la novela con la obra Do
ut des.
En 2006, junto a su hija Alicia, fundó la editorial Cuadernos
del Laberinto.
Coleccionista de arte, bibliófilo (especializado en Santa
Teresa de Jesús, en Ávila y en primeras ediciones
de poesía), políglota y firme defensor de los derechos
de los animales.
Próximamente será editada, de forma póstuma,
su obra Atenea Pensativa.
Prólogo. Por Luis Alberto de Cuenca
(Real Academia de la Historia)
El poeta abulense Luis García
Arés canta a su esposa, Beatriz, en un puñado de
pulquérrimos sonetos, y lo hace desde su conocimiento profundo
de la poesía clásica española un territorio
que ha explorado asiduamente a lo largo de su existencia,
pero también desde el gozoso abismo del amor, esa plácida
hondura donde es posible la redención y de donde solo puede
salir uno caminando hacia arriba.
Invoca el poeta en una «Clave de lectura» inicial
la universalidad como uno de los objetivos de su cancionero amoroso,
de la misma manera que Petrarca en el suyo, razonando que en cada
musa individual está el «eterno femenino» al
que se refería Goethe al final de su Fausto, y que
en cada historia particular de amor aletea el eros platónico,
un impulso común a todos los hombres cuyo desarrollo conceptual
se aborda en el Banquete.
Fue precisamente Platón el padre de las teorías
amorosas de Ficino y León Hebreo, los tratadistas máximos
del tema en el Renacimiento, que tanto influyeron en nuestra poesía
de los Siglos de Oro. En esa tradición neoplatónica
se sitúa García Arés y sus impecables sonetos,
cincelados con precisión de orfebre y calidez de enamorado.
Llamándose su dama Beatriz, acaso le haya sido todavía
más fácil recorrer con ella el camino del amor a
través de las distintas estaciones de la vida, en la estela
trazada por el capitán de los poetas cristianos, Dante
Alighieri, cuando dejó en el aire su pasión por
Beatrice para que la respirásemos a través de los
siglos.
He hablado de sonetos, pero el poema que inaugura el libro es
un madrigal, muy cetiniano, que alberga versos tan dignos de memoria
como estos:
¡Ay, corazón herido!,
flechado sí, mas nunca dividido.
Este ejercicio de perseverancia afectiva hunde sus raíces
en el propio sentir del autor, pero refleja a la vez el sentir
universal de todo enamorado, al menos en nuestro mundo occidental,
por seguir los planteamientos de Denis de Rougemont en su famoso
libro El Amor y Occidente. La fidelidad y la constancia
son síntomas de verdadero amor. Creo que fue DAnnunzio,
que no fue nunca un modelo en ese sentido, quien hizo grabar en
su tumba esta inscripción latina, cifra y símbolo
de su voluntad de permanencia amorosa: VSQVE DVM VIVAM ET VLTRA
(«Mientras yo viva y más allá»).
Me complace acompañar a mi buen amigo Luis García
Arés, con quien comparto nada menos que a Bécquer
y a Lord Tennyson, en su andadura lírica por el país
del amor. Algunas veces, y esta es una de ellas, ese país,
áspero y desabrido con frecuencia, puede llegar a convertirse
en un lugar iluminado por la serenidad y la esperanza. Los antiguos
griegos, con Platón a la cabeza, identificaban lo Bello
con lo Bueno. Gracias, Luis, por la bondad y la belleza que despliegas
en tus poemas dedicados a Beatriz. A la tarde, te han examinado
en amor y has sacado sobresaliente.