Coleccción ANAQUEL DE HISTORIA, nº8
98 páginas I.S.B.N: 978-84-122808-3-8 15 €
Edición homenaje en el 150 aniversario de la muerte de
Bécquer
Con la colaboración de Luis Alberto de Cuenca, Alicia Arés
y Pedro Amorós
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EDICIÓN FACSÍMIL DEL
LIBRETO ORIGINAL
Edición homenaje en el 150 aniversario de la muerte de
Bécquer.
Con la colaboración de Luis Alberto de Cuenca, Alicia Arés
y Pedro Amorós
Bécquer es nuestro padre espiritual. El padre de la poesía
española contemporánea. Y como homenaje, en el 150
aniversario de su muerte, la editorial Cuadernos del Laberinto
de la mano de Luis Alberto de Cuenca, Alicia Arés
y Pedro Amorós ofrece a todos los becquerianos esta
edición facsímil de una de las comedias que compuso
en colaboración con su amigo Luis García Luna bajo
el pseudónimo de Adolfo García, concretamente
la última que ambos escribieron en comandita, la titulada
La cruz del valle. Se trata de un libreto de zarzuela,
con música del maestro Reparaz, que se estrenó en
el madrileño Teatro del Circo el 22 de octubre de 1860.


PRÓLOGO
Luis Alberto de Cuenca (Real Academia de la Historia)
Bécquer es nuestro padre espiritual. El padre de la poesía
española contemporánea. Puede afirmarse sin ningún
género de dudas que la genealogía de nuestra lírica,
desde la publicación póstuma de las Rimas en 1871,
se remonta al poeta sevillano. Por ese motivo, no precisamente
menor, cualquier cosa que tenga que ver con Gustavo Adolfo es
importante para la comunidad académica y para los lectores
de su obra, que son legión en todo el orbe hispánico.
Por ejemplo, esta edición facsímil de una de las
comedias que compuso en colaboración con su amigo Luis
García Luna bajo el pseudónimo común de Adolfo
García, concretamente la última que ambos escribieron
en comandita, la titulada La cruz del valle. Se trata de
un libreto de zarzuela, con música del maestro Reparaz,
que se estrenó en el madrileño Teatro del Circo
el 22 de octubre de 1860 y se publicó, simultáneamente
a su estreno, en Madrid y en la imprenta de José Rodríguez,
sita en el número 9 de la calle del Factor.
Luis García Arés, padre de Alicia Arés, queridísima
amiga del que suscribe y propietaria de la editorial que patrocina
este facsímil, encontró en una de sus expediciones
bibliófilas un ejemplar impecable de esa edición,
que hubo de esperar casi un siglo a ser reimpresa dentro de la
edición del Teatro de Bécquer a cargo de Juan Antonio
Tamayo (Madrid, CSIC, 1949), donde ocupa casi un centenar de páginas,
de la 217 a la 308 del volumen. De modo que, y hasta donde a mí
se me alcanza, la edición facsímil auspiciada por
Alicia y realizada sobre el ejemplar adquirido hace años
por su padre sería la tercera salida editorial de La
cruz del valle, una comedia en tres actos y en verso en la
que Bécquer iba afilando su puñal poético,
ese que después clavaría en el corazón de
la mejor poesía decimonónica y, por extensión,
en el centro de la diana de la lírica española desde
las jarchas hasta hoy. Su argumento es un delirio intrascendente
ambientado en Presburgo (nombre germánico de Bratislava,
capital de Eslovaquia), basado en una pieza francesa de Jean-Baptiste-Auguste
Hapdé (1774-1839), titulada La tête de bronze
ou Le déserteur hongrois y de la que existía
una traducción castellana en prosa que Adolfo García
se limitó a versificar. Y en el proceso versificador se
distinguen las huellas de un talento poético que andaba
entonces forjándose y que luego cristalizaría en
esas prodigiosas rimas cuya lectura nos regala tanta felicidad.
Madrid, 3 de noviembre de 2020



NOTA EDITORIAL
Alicia Arés
Este libro nace como homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer
en este año, 2020, en el que se cumplen 150 años
de su fallecimiento; acaecido en Madrid el 22 de diciembre a las
10 de la mañana en la calle Claudio Coello, 7 (actual nº
25, piso 3º dcha.) debido a una pulmonía. Sus últimas
palabras fueron «Todo mortal», y media hora después
del seceso se inició en Sevilla (su ciudad natal) un eclipse
total de sol.
Fue mi padre, Luis García Arés bibliófilo,
poeta y becqueriano quien en 1994 adquirió en la
librería París-Valencia este rarísimo
libreto de una de las piezas teatrales que se conservan de Bécquer.
La novia y el pantalón, La venta encantada, Las distracciones,
Tal para cual y La cruz del valle las escribió
en colaboración con su amigo Luis García Luna firmando
con el nombre de Adolfo García. Y El nuevo Fígaro
y Clara de Rosenberg surgieron de la colaboración
de Gustavo Adolfo con, su también amigo, Ramón Rodríguez
Correa bajo la máscara de Adolfo Rodríguez. Aunque
recientemente se ha dado a conocer El talismán,
zarzuela incompleta con música de Joaquín Espín
y Guillén en la que también colaboró Bécquer.
Gustavo Adolfo llegó a Madrid en 1854 cargado de sueños
y ambiciones. Sin embargo, los primeros años en la capital
fueron duros, tanto económicamente como por la enfermedad
que se cruzó a su paso. No obstante, Bécquer era
una hombre lleno de esperanzas y proyectos y supo encontrar la
forma de salir adelante con muy diversos trabajos: escribiendo
biografías de diputados, fundando periódicos o trabajando
como redactor o director de los mismos, llevando a cabo ideas
tan ambiciosas como La historia de los templos de España,
de escribiente en la Dirección de Bienes Nacionales, dibujando
pinturas murales (como las del palacio del Marques de Remisa)
o de censor de novelas (trabajo que le proporcionó su amigo
y benefactor González Bravo).
Superadas han quedado ya las biografías en las que se nos
muestra un Bécquer bohemio y pobretón tan alejadas
de la realidad, ya que el poeta supo abrirse camino con
bastante desahogo en algunas épocas de su vida sin
perder nunca de vista su propósito de desarrollar su carrera
literaria y sin abandonar su ansia de gloria artística.
Supo, pues, lidiar y aprovechar las modas del momento.
Es importante saber que en esos años la zarzuela representaba
uno de los divertimentos más populares y demandados. Aconsejo
al lector que eche un ojo a las dos páginas finales de
este facsímil para comprobar la inmensa lista de zarzuelas
que no solo se anunciaban, sino de las que además había
afición por comprar sus libretos. También resulta
llamativa la estadística de que en esa época en
España había 318 teatros en donde se representaban
anualmente un promedio de 12.436 funciones (8.410 obras teatrales,
2.846 zarzuelas y 1.180 óperas), y que justamente en la
temporada en la que se puso en escena La cruz del Valle
(1860-1861) se estrenaron en Madrid 62 zarzuelas.
Por lo tanto, no es nada extraño que Bécquer que
recordemos era un gran aficionado a la música buscase
en este nicho una forma de ganarse el pan, pero refugiándose
tras pseudónimo. De hecho, es el mismo Gustavo Adolfo quien
en noviembre de 1860 (un mes después del estreno de La
cruz del Valle) publica en el periódico La Iberia
una carta abierta, dirigida a don Juan de la Rosa González,
en donde narra:
La política y los empleos, último refugio de
las musas en nuestra nación, no entraban en mis cálculos
ni en mis aspiraciones. Entonces pensé en el teatro y la
zarzuela
Lo arreglé con mi amigo Luis García Luna
Yo, sin embargo, que, aun cuando en esta senda me han antecedido
muchos escritores de primer orden, no creo que es la que conduce
a la inmortalidad; al poner en ella el pie tuve rubor y me tapé
la cara
«Todos hemos sido bautizados en Bécquer» decía
Jorge Guillén en un artículo, y todos debemos agradecerle
ser quien abrió la puerta a la poesía moderna dotándola
de ese gigante y extraño don de la sencillez y la intimidad.
Bécquer revive en nosotros, bien sea en forma de rima,
leyenda, carta o como en este caso de zarzuela y reconocerle
tras cualquier composición exalta lo que en nosotros hay
de poesía.
Madrid, 10 de noviembre de 2020


PALABRAS PREVIAS: Recuerdos de Bécquer
Pedro Amorós
En mi entrañable infancia Bécquer tenía un
lugar de honor reposando en el corazón de mi madre. Todavía
hoy recuerdo las tardes otoñales, con el tiempo suspendido,
y sigo viendo al poeta acechando en el rostro de mi madre mientras
leía las Leyendas. A menudo pienso que ese recuerdo,
casi volátil, es algo intangible que no se puede olvidar.
Desde entonces, el otoño es Bécquer, al menos para
mí. Ahora, otra vez en otoño, Bécquer vuelve
a mí como en una especie de eterno retorno, de la misma
forma que se vuelve siempre a las Rimas, porque están ahí,
flotando en nuestra memoria.
La edición facsímil de La cruz del valle,
una deliciosa obra de teatro en verso con tramos cantados a modo
de zarzuela, ha propiciado este nuevo encuentro, ha puesto en
marcha, nuevamente, los recuerdos de Bécquer. Era imposible
imaginar, por lo demás, en aquellos años de mi entrañable
infancia, que mi futura y querida editora, Alicia Arés,
iba a resultar una fidelísima becqueriana, hasta el punto
de poner en marcha la edición de La cruz del valle
tal como salió de la imprenta en 1860. La empresa, en todo
caso, es audaz y sugerente, más aún tratándose
de una obra poco conocida de Bécquer.
El poeta escribe el libreto de La cruz del valle mano a
mano con su amigo Luis García Luna. El estreno de la obra
tiene lugar en el madrileño Teatro del Circo en 1860, en
una época en la que Bécquer trataba de ganarse la
vida escribiendo teatro. El argumento, en cierto modo algo disparatado,
se basa en La cabeza de bronce o el desertor húngaro,
del escritor francés Jean Baptiste Hapdé. Estamos,
pues, ante un arreglo versificado de un drama anterior, algo frecuente
en la época. La trama de la historia se llena de confusiones
y enredos, como en una comedia ligera. La joven Adelaida espera
con tristeza y dolor el momento de su boda con el príncipe
de Presburgo, pero su amor pertenece a Federico, un joven militar
que permanece refugiado en una especie de cámara subterránea
anhelando el reencuentro con su amada. El secretario del príncipe,
Herman, prepara una estratagema para la huida de los amantes hacia
la cruz del valle, el lugar simbólico en el que se debe
producir el encuentro de los amantes.
La obra no fue muy bien acogida por la crítica de la época,
aunque se puede matizar la cuestión diciendo que fue aplaudida
la música y que algunos comentaristas se percataron de
que existían trozos de bella versificación en el
texto. El delirio de la historia no contribuyó a la comprensión
de ciertos elementos que son claramente becquerianos, ciertos
temas y algunos versos que relucen entre las páginas de
La cruz del valle. Entre coronas y guirnaldas de flores,
entre bufones y mujeres de extraordinario coraje, entre madres
suplicantes y sueños imposibles brillan determinadas situaciones
que remiten a Bécquer, como la muerte que acecha, como
la caza del héroe que se confunde con la cacería
del príncipe, como la llegada de la tormenta que arrebata
la escena o como, finalmente, el juramento guardado que procede
de un pasado lejano. «Nunca la naturaleza me agrada como
en las horas / en que misterioso reina», escribe el poeta,
«/ ese silencio de muerte / que predice la tormenta».
¿Acaso no es esto el misterio que se confunde con mis recuerdos
de Bécquer? Quiero pensarlo así, mientras contemplo,
como si el tiempo se hubiese detenido, el sillón que ocupaba
mi madre en el salón de mi casa, con el libro del poeta
entre las manos y la mente llena de historias, porque Bécquer
es sueño y misterio. Y ahora que mis recuerdos del poeta
se han ampliado gracias a La cruz del valle sólo
me resta decir, con Bécquer, «si la vida es un sueño
engañoso, / mientras dura, a reír y a gozar».
Vale.
Murcia, 8 de noviembre de 2020
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