María Torvisco y Marisa Amador
Coleccción Berbiquí de poesía, nº43
I.S.B.N: 979-13-87751-11-1
72 páginas 15€
Prólogo: Andrea López Montero
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Fabricaba espejos y las calles se multiplicaban es un poemario
que nos cuenta, desde un cruce de caminos sintácticos, historias
subjetivas, donde brotan conceptos inconclusos, abiertos e híbridos.
La arquitectura de este poemario está construida con la sucesión
de instantes, entendiendo estos como un momento donde nos concentramos
en crear algo nuevo (según la idea de Bachelard).
Utiliza la metáfora que duerme en una imagen y el asombro que
nos produce la palabra cuando genera significados.
MARÍA TORVISCO
Autora del poemario Fractura
(Cuadernos del Laberinto. Madrid, 2015).
Ha participado en diversos proyectos colectivos, como Esta boca es nuestra
(Centro de Poesía José Hierro. Madrid, 2005), El nombre
de los peces (La Piscifactoría. Madrid, 2009), Plaquette poética-objetual
en formato cartel (La Piscifactoría. Madrid, 2010), Antología
In Absent(i)a (Nanoediciones. Madrid, 2011), Antología Indignhadas
(Unaria. Madrid, 2012), Antología
Atlas poético. Viajeras del siglo XXI (Cuadernos del
Laberinto. Madrid, 2013), Antología En legítima defensa
(Bartleby. Madrid, 2014), Antología Erotizhadas (Unaria. Madrid,
2014) o
Laberinto breve de la imaginación. Antología (Cuadernos
del laberinto. 2021, Madrid).
MARISA AMADOR
Villacañas (Toledo), 1955. Fotógrafa vocacional.
Ganadora del II Premio del Certamen Carmen Alborch «Mujeres en
Pandemia» (2021) y tercer puesto en el I Concurso de Fotografía
8M (2020). Pertenece al colectivo de mujeres poetas 8que80 en donde
ha publicado las cuadernas Habitar ingrávida y Aleteos. Poeta
visual con varias obras publicadas en BOEK861 y colaboradora en el Proyecto
Pessoa (2013). En su faceta de poeta objetual, ha contribuido en seis
números de la revista LALATA. Ha participado en la antología
En legítima defensa (Bartleby, 2014) y en publicaciones colectivas
de la Fundación Centro de Poesía José Hierro. Revolotea
ConstanteMente.
Palabras que protegen, colores que gritan:
eso es este libro.
Lector, lectora, estamos invitados al ojo de la metamorfosis, a cambiar
el tamaño y reconocernos losa, sombra, continuidad. Los ingredientes
son claros: ojo, adjetivos pequeños, sustantivos grandes y el
tiempo para pensar/pensarnos en el lenguaje.
El baile entre fotografía y palabra es claro: abstracciones que
María hace humanas, dotándoles de la posibilidad del verbo,
entendiendo la atención que la cámara de Marisa advierte
en las formas, dándonos nuevas siluetas que se asoman, robados
de plantas, edificios desde donde el que es mirado pasa a mirar y, entonces,
verse.
La hiedra murmulla en la imagen de Marisa y su runrún lo recoge
María. Seguiré creciendo, aunque se enrede mi retina,
nos dice la poeta reflejada en una naturaleza que, al margen de nuestra
atención, continúa, plena y constante. Sabe mejor de aguantar
la rama que un amigo, pienso al leer las imágenes y los versos
de este poemario, saben las cosas mejor de la escucha.
El recurso es el mismo en ambas propuestas: mirar y mirar, decir y decir,
pausar y pausar. No hay pretensiones, sólo testimonio y tiempo.
Como vasos comunicantes la conciencia humana pasa a ser de los objetos,
de los animales, de aquello que normalmente está silenciado y
ese silencio permuta en el lenguaje y alumbra al escondite para mirar
libres de herencia, para mirar de nuevo y en este juego narciso, verse
sobre, desde, en. Repta el lenguaje como repta el ojo de la cámara,
parece que se dieran la mano para observar y encontrar los secretos
o inventarlos.
En una especie de juego de mesa, María y Marisa se van pasando
la bola de la atención y el extrañamiento, cae primero
en la imagen, recoge la pelota el verso y van jugando el juego del lenguaje
sobre el escenario del silencio y de la luz, que posibilita letras y
fotografías y es protagónica a lo largo de todo el artefacto.
El ojo que ve y el ojo que dice construyen el pacto, otear desde donde
no suelen, una posición área o matérica, ser parte
de la piedra que consiente el camino.
Algunas de las palabras son grandes, pesadas, pero nos cuentan disfrazaditas
como en murmullo, en un plano tranquilo y de voz queda. Porque los conceptos
los conocemos, no es necesario sortearlos, sí lo es escuchar
sin fuegos artificiales lo que no solemos permitirnos oír. La
belleza que se canta la podemos tocar, hace pie y nos invita a jugar
con asombro rozar, como una niña, la huella de un pájaro
blanco.
Una se imagina a estas dos poetas andando, saltando la atención
de una cosa a otra, tratando de recogerla y conservarla, haciendo de
la mirada una excursión risueña y sonora, como un trago
de agua pura que saliese del manantial mismo del sueño primero
donde se inició el lenguaje.
Logran decir sin alzar la voz lo que no se puede decir: axiomas apoyados
en el color, en lo fortuito del encuentro. Cada esquina, cada doblez
de luz es sintomática para convocar al lenguaje, sea memoria
o proyección, fallo o acierto o ese instante justo donde entender
el cansancio de una grúa. Porque en este poemario a doble
idioma entramos a la invitación constante de continuar lo que
no está, el poema completo del que hemos robado versos, la imagen
que sigue a la imagen que queda.
aquellas hojas, aquel día, aquella sombra,
todo decidió equivocarse
Se convierte así en una propuesta para indagar, para indagarnos
y comprometernos: qué hay en la imagen que ves, qué en
los silencios, cómo continuamos el diálogo, cuándo
comenzaremos a escuchar.