Coleccción ANAQUEL DE POESÍA, nº
81
I.S.B.N: 978-84-948260-0-9 98 páginas 12€
Prologo de JESÚS URCELOY
Noches repetidas sin consuelo desde la
camilla de un hospital (o de un psiquiátrico), y esa sensación
impagagle de libertad que otorga la pobreza. Lola
Martínez Cerrada es la bohemia resucitada en un Madrid
del siglo XXI, es la mirada de celofán en los ojos del
que sufre y, también, la piedad abrazando la locura.
Lola Martinez Cerrada sabe bien de qué habla, y estas vivencias
en carne propia quedan reflejadas en poemas que lloran
hondamente o que gritan emulando alegría. Como nos dice
Jesús Urceloy en el prólogo: «Lola se levanta
cada anochecer para encender las velas de su memoria, para, con
esa luz humilde de la consagración, alcanzar con la mano
las frentes de todos los que sufren, de los que se duelen en las
camas de los hospitales, en las literas de la mendicidad y en
los catres de la vejez. Y allí, en esa ligera mística
del que reza en silencio, del que reza en la poesía, ofrecerles
un verso consolador, una frase, una palabra que alimente la razón
de estar vivo».
EN EL PSIQUIÁTRICO
No distinguir entre locos y cuerdos.
No saber cuál es la verdad.
Abrir una sonrisa a los que no nos entienden.
Saber enjugar las lágrimas y la incomprensión
con un poquito de amor.
Sentirnos libres para amarnos pese a estar locos.
Comprender que si no estuviésemos locos
no podríamos ser tan felices.
Y nada sería tan vivo ni tan satisfactorio.
En definitiva,
dar gracias a Dios por haber perdido la cordura.
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La autora: Lola Martínez Cerrada
Nace en Madrid en los años 60.
Pronto la lectura se convierte en su refugio, no tardando mucho
en comenzar a escribir sus primeros versos, aquellos con los que
ganará el primer premio en el, hoy desaparecido, diario
YA.
Se licencia en Periodismo en la Universidad Complutense, y apenas
finalizada la licenciatura logrará su primer trabajo como
directora de una revista de información local de Madrid,
a la vez que colabora con el diario ABC y con múltiples
revistas de carácter alternativo y esotérico.
Ha publicado dos novelas de contenido marcadamente social, María
la Serrana y Ambientes. Su paso por la Piscifactoría
y los Talleres de Urceloy le harán amar más aún
la poesía. Ha participado en diversas antologías,
como en la Veintitrés poetas tímidos,
de la editorial Amargord.
Prólogo: "Celebración
de Lola Martínez Cerrada".
(Por JESÚS URCELOY)
Lola es una consecuencia, una herida
que camina por Madrid, un río pequeño que desemboca
a las horas de la desesperación y los cortocircuitos, cuando
los que organizan las calles y los vencimientos, los que olvidados
de la esencia primera y primaveral de las cosas, los que desayunan
sin mirarse al espejo, los que dictan al dictado, creen que quien
no cree en ellos es un ninguno un nadie un cero.
Lola se levanta cada anochecer para encender las velas de su memoria,
para, con esa luz humilde de la consagración, alcanzar
con la mano las frentes de todos los que sufren, de los que se
duelen en las camas de los hospitales, en las literas de la mendicidad
y en los catres de la vejez. Y allí, en esa ligera mística
del que reza en silencio, del que reza en la poesía, ofrecerles
un verso consolador, una frase, una palabra que alimente la razón
de estar vivo: soñad conmigo dice Lola os ofrezco
mis ojos, la punta de los lápices, las enfermedades livianas,
la locura de las violas saltando en el atrio de la honestidad,
la lujuria deliciosa de una fuente donde mojan sus pies las niñas
del tamborilero, donde se salpica el perro las ganas de comer,
donde los habitantes de la vida, la vida buena, vendrán
a jugar al corro de la alegría.
Lola es un organismo pensador y múltiple. La potencia de
la palabra vive en él para dotar al motor del planeta Madrid
de una angustia plausible, de un corazón como decía
Byron que también debe descansar. En las humedades
de la tierra, en los despojos de los camposantos, en la alegría
de la conciencia un dios pequeño, singular y amable besa
las bocas de los desesperados, anuncia el reino de los sin techo
y el infierno de los sintechadores, el reino de vamos todos juntos,
esa buena república de la pequeña nostalgia, de
la infancia que aún guardamos en los pliegues de la camisa.
No caben dudas ni estilitas, el desierto avanza y las flores deben
plantarse en los monederos.
Como el caminante que entra en la ciudad nocturna, y entra sin
ruido y pernocta en un banco y al amanecer sale de la ciudad sin
ser observado por nadie, sin ser discutido ni entregado a la furia
de la novedad, Lola llega para ofrendar estos espacios encontrados,
esos dos seres que se cruzan en la inmensidad de la noche para
decirse algo con los ojos: ¿Se encuentra usted bien? ¿Me
acompaña a aullar bajo la luna?
En la dualidad y el compromiso, en la dulce paciencia del que
insiste, en la dialéctica del que ofrece y pide a cambio
una pregunta, Lola sabe las respuestas del descontento y los periódicos,
las esperas de los hombres que han de vestir de aurora, la calculada
música de las madres que se saben del color de los árboles
frutales, del color amargo de la lucha, del color imperativo,
cruel, amantísimo de la urgencia.
Yo, pensador sin bibliotecas, discreto en alcancías y regresos,
quiero descorchar este libro, este bálsamo nutriente, este
huerto de buen amor y honor que es tenerte, Lola, por amiga y
verter su esencia en el cuenco de mis manos, y brindar, sembrado
y recogido en la honradez de la palabra, en la humilde música
de las palabras, ese yo tan primera persona del plural: tan nosotros,
con ese vino antiguo y siempre necesario de la poesía.

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