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Entrevistas: JULIO CASTELLÓ
El hombre debe sacar de sí su mejor yo, que diría el poeta, y ese yo incluye, en mi concepción del mundo, al otro, al uni-verso. Eso es amor.
JULIO CASTELLÓ

¿Qué le ofrece la poesía que no le da la narrativa?
En la literatura he buscado, como en todas las cosas, fundamentalmente placer. La poesía lírica ha sido para mí el modo más libre de acercarme con palabras a lo inexplicable, lo insondable. La narrativa vuela, habitualmente, más pegada a lo figurativo, y cuando no lo hace se transforma por lo general en poesía o en algo muy parecido. Pero he usado ambas para bucear dentro de mí, en mi experiencia del mundo y tratar de conocerme, conocer mi parcela del mundo, con la intención de sentirme lo mejor posible. Tanto en la creación de toda clase de literatura (incluiremos el teatro y el ensayo y lo que haya que incluir) como en su recepción he disfrutado de un gran placer, a veces inmenso, raramente ninguno.

En su caso, ¿es la fotografía una continuidad de la palabra escrita?
O viceversa. La fotografía, la música, la pintura… son caras de una misma experiencia estética. Gozar la belleza y preservarla y compartirla en la medida en que es posible. Creo que todo se resume en esto.

Habla por hablar, escribe por escribir…
¿No hay segundas intenciones?
Y terceras. Pero desconfío de las capacidades de todas esas intenciones. No dejo, sin embargo, por esto, de practicar; y hablo y escribo como si valiera para algo; sin remedio. Soy un ser humano (mientras no se demuestre lo contrario) y me va la vida en ello. Pero también me va en dormir, en comer, defecar, desplazarme… Sobre todo en sonreír, a menudo sin mover un solo músculo facial, ante el maravilloso espectáculo del mundo, que, con excesiva frecuencia, de manera simultánea o alternativa, me pudre por dentro de llanto y deseos de desaparición.

Yo anhelo sobrepasar ese límite / pero crece conmigo
¿Sigue siendo el amor la fuente de salvación del alma humana?
El amor lo es todo. Amor en sentido global. Hasta el odio y la tristeza son manifestaciones de amor. En ese sentido el amor es condición inevitable de todo lo que no está muerto. Hablo de ese deseo que motiva a cada célula, que nos lleva a crecer o decrecer, a mutar, a evolucionar, a avanzar siempre aunque en algún momento nos parezca retroceder. Si la pregunta se refiere a algún tipo de amor en concreto, al eros o al hambre de poder, la respuesta problablemente sería otra. Además, yo no creo en la "salvación del alma humana". El hombre debe sacar de sí su mejor yo, que diría el poeta, y ese yo incluye, en mi concepción del mundo, al otro, al uni-verso. Eso es amor. Ha de empezar por el conocimiento y el respeto de uno mismo, y expandirse (como una consecuencia lógica). Por ese motivo utilizo en mi último poemario, aún inédito, el concepto de yosotros, que me resulta muy sugerente. Pero, por otro lado, el amor también tiene su lado oscuro, como todo; muy oscuro. En nombre del amor se manipula, se enferma, se asesina… En esos casos sería mejor sin duda no amar. Así que desconozco la respuesta. Esa respuesta unívoca que a algunos o algunas satisfaría.

¿Qué tiene en contra de los signos de puntuación?
Jajajaja… Nada. Nada de nada. De hecho, pretendo ser enormemente meticuloso con ellos: cuando los pongo y cuando no. En una buena parte de mis poemas no los utilizo porque tengo la sensación de estar produciendo un discurso más allá de lo gramatical, un discurso que además arranca de un antes y se pierde en un después que no abarco en su totalidad. Igualmente me permite la no puntuación trabajar con la disposición del texto en el espacio para sugerir pausas que sean a la vez ruptura y vínculo, de modo que el mensaje crece, se esponja, explota al máximo esa cualidad natural del mismo que me fascina: la polisemia o polifonía (como lo llamaba una buena profesora mía en la universidad).

¿Qué le vincula con Frankenstein?
Un libro desigual (el mío de Cien años de Frankenstein, producto de una cinefilia temprana, no el de Mary Shelley, de un extraordinario valor) y la rebelión de la criatura singular contra su supuesto creador.

¿Cómo es su proceso de escritura?
Continuo. Sin pausa y también sin pauta. Escribo en cualquier momento y en cualquier lugar. Suelo llevar una libreta para anotaciones, pero también escribo directamente sobre el ordenador (como antes lo hacía sobre la máquina de escribir). Paso y repaso a limpio esa primera redacción todo lo que sea necesario hasta que el texto me satisface. Lo que no me satisface lo tiro. Por supuesto, no todo lo escrito me satisface por igual. Pero es fundamental que un texto me dé la sensación de que aporta, de que me aporta en primer lugar a mí algo, para que su persistencia, su pervivencia tenga sentido.
Y trato de que mi literatura evolucione, tanto en su forma como en sus interioridades. Busco instintivamente que un poemario no sea como el anterior. Abro puertas, derribo muros, corro riesgos… A veces el riesgo es revisitar la poesía clásica, otras supone investigar con el puro sonido; o la antipoesía; o la escritura automática. Ninguna manifestación literaria me es ajena. Hay tanto que aprender…

Por último nos gustaría que nos confesase cuál es el libro de poesía ajeno que casi se sabe de memoria, ese que se lee y relee siempre.
Mi desastrosa memoria me impide recordar versos ajenos y propios. Y eso que lo he intentado. Algún verso suelto ha acabado en el saco roto de mi cabeza: "serán ceniza, mas tendrán sentido; polvo serán, mas polvo enamorado", de Quevedo; o los nerudianos "Para que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces", o "Se querían. Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, labios saliendo de la noche dura", de Aleixandre. A ellos, y a muchos muchos otros, vuelvo cuando estoy cansado de probar y necesito un momento de intensidad emocional garantizado.

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