Entrevista al poeta Diego Agúndez

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Entrevista a Diego Agúndez (2017)
Tendemos a pensar que la vida y la muerte son espacios puramente complementarios, pero es posible que haya habido alguna zona gris, alguna duermevela biológica, en algún lugar o momento. Y, de hecho, cuando uno mira 'el ciclo de vida' (¡ciclo de vida!) de una estrella, la comparación con el ser humano, más que una metáfora, es casi una obligación.
Diego Agúndez: El habitante del tiempo

P.—¿Qué es lo que los lectores de “El habitante del tiempo”, su nueva obra poética, van a encontrarse?
R.—El habitante del tiempo es un poemario arracimado. En otras palabras, un conjunto de poemas. Son los poemas que, dentro del más amplio círculo de mis escritos, tienen una mayor relación con el tiempo y con el sentido de la existencia, en esta época nuestra en la que un dogma cualquiera, muy probablemente, ya no explica la realidad por sí solo.

El lector va a encontrarse con poemas a la mayor sencillez expresiva, que buscan desencallar secretos sin aspirar a crear otros nuevos. La mayoría de estos poemas son muy humildes, pero diciendo lo que dicen, creo que a cada uno le dirán una cosa: seguramente el lector de poesía experimentado encontrará referencias a diferentes corrientes de pensamiento (que andan desperdigadas como huevos de Pascua); y alguien que nunca haya leído poesía puede que experimente sorpresa y asombro. Al menos eso es lo que a mí me gustaría.

P.— Podría decirse que El habitante del tiempo es un recorrido por un futuro que mira hacia el pasado. Un homenaje a la Historia y sus personajes. ¿Cómo ha logrado dar forma a un poemario con un elemento tan intangible como el paso del tiempo?
R.— El habitante del tiempo, en realidad, es la manera que tendríamos de aproximarnos al tiempo si el tiempo fuera una dimensión espacial: si lo pudiéramos describir y tocar, si lo pudiéramos desguazar, si pudiéramos jugar con él como si fuera plastilina.

Me gusta plantear esa concepción del tiempo como una imagen detenida en la que podríamos hacer 'zoom', como en un microscopio, o alejarnos lo suficiente que podríamos sintetizar con más facilidad sus componentes. Creo que en este poemario son fundamentales el uso de imágenes y paradojas (se me ocurren los ejemplos del zíngaro del acordeón o de la muchacha que se aleja a pie de la parte antigua de Cáceres). En otras ocasiones, este alejamiento explícito del 'planeta tiempo' resulta en una mirada alegórica a la historia y el paso de las generaciones, el amor o la muerte.

En este sentido, mi tratamiento del tiempo solo puede suceder en un presente ficticio: abierto en el espacio de los poemas. Un presente que reconstruye y proyecta, que reconstruye a partir de lo que cree conocer y proyecta a partir de lo que cree saber.

P.—Llaman la atención tres aforismos que reflejan la vida y la muerte y que condensan lo que somos:
I. la vida es la muerte conteniendo la respiración
II. la vida de un hombre se mira en la de una estrella.
III. la muerte es la vida conteniendo la respiración.

R.—Me cuesta mucho recordar qué circunstancias particulares llevaron a la inclusión de 'Tres aforismos' en este conjunto de poemas.

En su gestión, recuerdo que, de algún modo, asimilé el universo al latido de un gigantesco corazón, en el cual la vida y la muerte no son sino el haz y el envés de la misma sustancia. Vida y muerte ocurren en el espacio de los átomos. Yo no soy biólogo, pero seguramente la distinción entre lo que 'es vida' y lo que no lo es, (a niveles microscópicos) tiene que ser fascinante.

Tendemos a pensar que la vida y la muerte son espacios puramente complementarios, pero es posible que haya habido alguna zona gris, alguna duermevela biológica, en algún lugar o momento. Y, de hecho, cuando uno mira 'el ciclo de vida' (¡ciclo de vida!) de una estrella, la comparación con el ser humano, más que una metáfora, es casi una obligación.

No estamos hechos de ninguna sustancia que no haya ahí fuera y, como tal, la vida es una manifestación de las cosas.

P.— ¿Poesía y filosofía se tocan en su obra?

R.—No existe texto en el mundo que no contenga filosofía y no existe filosofía en el mundo que no nazca de la misma emoción que la poesía: el afán de búsqueda, la sed de conocimiento, el goce efímero de la belleza. Eso sí: creo que la buena poesía, o al menos la poesía que yo disfruto, es aquella en la que una filosofía, o un conjunto de aspectos filosóficos, taconean por ahí sin llegar a hacerse evidentes jamás.

P.—Su anterior poemario “Acto de creación” (Cuadernos del Laberinto. Madrid, 2016) venía en edición bilingüe español/inglés. En “El habitante del tiempo” ¿ no ha pensado en esta opción?
R.—La voluntad de presentar 'Acto de creación' en versión bilingüe tenía un propósito: reivindicar que hay una poesía en la idea, con independencia de exista un patrón rítmico acentual, silábico o expresivo. "Acto de creación" busca un ritmo que no nace de la riqueza expresiva, ni de usar esta o aquella palabra. Es un poemario, me parece, de 'conducción', que va llevando al lector como un regato hacia una serie de posibles realizaciones (con las que uno puede estar en desacuerdo, o no).

Si pones "El habitante del tiempo" junto a "Acto de creación", enseguida puedes ver que hay un aire de familia, un aroma extraño. Pero son distintos animales: creo que cada poema de 'El habitante del tiempo' puede funcionar a su vez por separado, así que la traducción, si algún día llega, presentará otras características.

P.—En la película Paterson uno de los personajes poetas comenta que traducir poesía es como bañarse con impermeable. ¿Qué opina?
R.—Paterson, película que por cierto disfruté como un enano, contiene pequeñas grandes dosis de verdad en lo concerniente a la creación poética, por lo menos en lo que a mí respecta. La creación requiere de rutinas, de crear 'espacios secretos', de encerrarse en el taller aunque sea dando un paseo o en la pausa del autobús.

Así que lamento especialmente discrepar de nuestro protagonista cuando dice eso. Aún no se ha inventado ningún aparato que nos permita comprender todas las lenguas del mundo, pero haber leído a Leopardi o Szymborska o William Carlos Williams en castellano no hace que les considere inferiores a los poetas en castellano. De alguna manera su genio se impone –ayudado por los buenos traductores- al ruido del cambio de lengua. Yo diría que cuando lees haikus traducidos de Basho, te estás bañando en la bañera de Basho aunque con agua que traes de tu casa.

P.—Uno de los poemas más hermosos de El habitante del tiempo dice: ¿A veces parece que nos olvidamos de lo sencilla que es la vida?


Vengo de la luz de mi madre,
vengo de la luz de mi padre,
y vengo de un amanecer
del que nada recuerdo.


La misma explosión armoniosa y mágica
de la que viniste tú un día;
de la que marcharé al apagarse;
sobre la que, en realidad,
yo poco sé.


La proyección de esa luz, el polvo y la noche.
No sé más que eso.


R.—A veces hacemos complicadas cosas que no deberían serlo tanto. A la vez, debemos ser humildes: recordar que desconocemos tantas cosas que la única manera de comportarse con honestidad es hacerlo desde la tolerancia y la posibilidad de estar equivocados. En resumen: en el hecho de desconocer las cosas debería estar la semilla del respeto y la ambición, claro, de conocer más y mejor.

P.— ¿Qué le mueve a escribir?
R.— Que, sea lo que sea, merezca la pena.


Entrevista a Diego Agúndez (2016)
No hay manera de hacer poesía sin trascenderla, porque cualquier poema siempre, siempre, nos confronta y hace ser lo que no somos.
Diego Agúndez

P.— En la contracubierta de su nuevo poemario “Acto de creación” se afirma que este libro es el resultado de un deslumbramiento. Explíquenos más hondamente el significado de ese destello que dio origen a estos versos tan originales y profundos.
R.—Un deslumbramiento es un desajuste: una cantidad excesiva de luz, la suficiente como para tener que salirse de cualquier situación de goce y empezar a preguntarse cosas. Me ocurre a mí y le ocurre al tipo que un día cualquiera sale a la calle y se sienta en una cafetería a macanear al solecito. El deslumbramiento destruye el goce y nacen las primeras preguntas, fruto de la inteligencia rebelándose ante el exceso de luz y de ruido, diciendo, pero qué diablos hago yo aquí, sentado en esta terraza, alumbrado por esa estrella comparativamente pequeña en un mundo de distancias tales que son inconcebibles. La verdad es que no sé si a los dioses les gustan los filósofos.

P.— Su profesión de periodista le lleva a tener el oficio y la “mano” de escritor bien afinada y afilada. ¿Sirve este fondo de armario para la poesía o es este género algo demasiado diferente?

R.—Cualquier proceso poético empieza por una excitación del sentido, así que más nos vale tener los sentidos afilados. Respecto a periodismo y poesía: un antiguo compañero y amigo solía decir que el mejor periodismo no es otra cosa que poesía. Ambas disciplinas se alimentan de la misma mercancía, palabras y más palabras. El periodismo es un muchacho que tiene los pies en el suelo y se limita a la palabra justa para abrazar la verdad; la poesía, aunque no siempre, intenta hablar desde la verdad misma, grande o pequeña.

Lo maravilloso de ambos casos es que nadie, ni siquiera el mejor de los hombres, ha conocido nunca la verdad, así que como en el cuento de los sabios y el elefante, es muy difícil pensar que haya quien esté del todo seguro de lo que se trae entre manos. Puede que parte del intríngulis esté en los sedimentos del lenguaje y sus polisemias, pero que exista esta opción de equivocarse es lo que define nuestra propia libertad, nuestra ambición y el afán de buscar respuestas, un elemento, me parece, común a periodismo y poesía.

Así que periodismo y poesía no son complementarios. Nacen del mismo caudal, el léxico, y se mueven a veces con masivos solapamientos y a veces con una gran distancia, como ocurre con la poesía hermética. Es más, en incontables ocasiones se han servido mutuamente de inspiración. Un ejemplo: durante el proceso de documentación de 'Acto de creación' encontré un poema sobre Yuri Gagarin escrito por William Carlos Williams tras una lectura del 'New York Times'. O por dar un ejemplo más cercano a nosotros, aquellas palabras de José Hierro sobre 'Réquiem', diciendo que era, 'casi, casi' un reportaje periodístico. Lo contrario también es cierto, particularmente entre algunos articulistas españoles, cuya lectura disfruto mucho.

Si el periodismo y la poesía fueran personas tendrían discusiones por aquí o por allá, sobre playa o montaña o por el mando de la tele, pero serían estupendos amigos.

P.— ¿Qué le lleva a publicar, cómo es el paso de tener el manuscrito en un cajón a desear compartir su creación?
R.—'Acto de creación' fue muy diferente del resto de los poemas que había escrito hasta entonces, casi deseó compartirse solo. Es más, desde que está publicado ya no me hace ningún caso.

Fue tenerlo terminado y estar seguro de que su desembocadura lógica era la publicación. En el largo tiempo que llevo escribiendo poesía, casi todos los poemas terminaron guardados, pero haber dejado este libro sin publicar habría sido una insensatez, porque este libro marca un momento importante en mi rumbo poético. Yo siempre he escrito para mí solo, hasta el punto de que con muchos de mis poemas tengo una relación estrictamente lectora y crítica, sin ninguna empatía extraordinaria. Puedo juzgarlos, sé cuándo un poema tuvo el chispazo de un hallazgo y cuándo quedó en pura retórica. Sé, desde mi propio propósito, cuáles de esos poemas merecen la pena y cuáles algo menos.

Es muy posible que el tipo de verso elegido para 'Acto de creación', libre, o el hecho de estar hablando de un poema extenso lo aleje de un determinado público acostumbrado a formas poéticas tradicionales. Y sin embargo, con este poemario tengo la rara certeza de estar ante un texto con vuelo que yo mismo deseaba. Un vuelo propio, tan propio que, como digo, ya no me hace ningún caso y va pasando de mano en mano, apropiándose de sus lectores y, espero, sorprendiéndoles con una propuesta estética no muy usual y ligada más a la fuerza de las ideas que a la sonoridad del verso: en resumen, el ritmo en la idea.

P.— Su poesía está plagada de personajes históricos reales. ¿Es la Historia su musa?

R.—Aparecen personajes indudablemente históricos, pero no sé si reales; más bien son personajes históricos tal y como los imaginamos o como los imagino yo, porque la realidad histórica tiene siempre ese componente difuminado. Nosotros tenemos la gran suerte de que la poesía puede con todo: con la física, con la parapsicología, con el tío que hace los agujeros de las alcantarillas. Su temática es infinita y solo requiere nuestra atención, es decir, que sepamos discernir con buen ojo lo que el principio poético nos dice, ya sea en lo más mundano o en una oscura caverna de la emoción. Y tenemos la mala suerte de que la poesía que se estudia en los colegios tiene más que ver con escuelas estéticas, manifiestos, testamentos que van forjando nuestro propio horizonte de expectativas hasta el punto de que nos negamos a ver las continuas interacciones del arte.

En realidad, nada impide convertir en material poético cualquier elemento. Volviendo a la historia, por ejemplo, lo importante no es tanto el homenaje a la historia porque sí, sino tomar lo que ella misma ofrece para responder a las preguntas que plantea el libro. Ninguno de nosotros elige el tiempo en el que vive, y sin embargo el tiempo nos condiciona tanto o más que el propio espacio. Es más, nuestros espacios –hasta cierto punto- podemos elegirlos, pero el tiempo no se elige, se impone. En las respuestas que busca "Acto de creación" está, claro, nuestra relación con el tiempo, y la presencia de la historia, personalizada en ciertos elementos e ideas, era muy pertinente.

P.— El último y hermoso poema que cierra el libro, es un canto a su hijo ¿Ser padre cambió su forma de escribir buscando trascendencia?
R.—El concepto de trascendencia está muy presente a lo largo de todo el poema. Se ha dicho que 'Acto de creación' se acerca a la física, la astronomía, la geometría, pero yo creo que también existe un potente componente religioso, es decir, todo lo religioso que se puede ser con la que ha caído desde finales del siglo pasado. Este libro quiere ser pulcro respecto a sus premisas científicas, pero mantiene deudas con el fenómeno histórico de la religión. No podría existir en su presente estructura sin el budismo o las religiones semíticas y no se entendería sin los principios que guían el panteísmo, por citar algunas influencias más o menos evidentes. Tanto la religión como la ciencia son cosmogonías que se afanan en proporcionar una respuesta del mundo, y en ese barullo de todo estamos nosotros, pequeños humanos, buscando nuestro encaje malamente.

Ser padre/madre es uno de los muchos modos de completar ese círculo vital, tan bien reflejado en la portada de este libro. Sabe reconciliar al hombre con su destino breve, le proporciona una magnífica pista para ordenarse en el mundo y respecto a la especie, le impone un respeto al pasado y le recuerda su deber hacia el futuro impidiéndole, por ejemplo, destrozar la naturaleza como si no hubiera un mañana. Bien entendida, la paternidad es una forma de humanismo. Pero, como decía antes, no hay manera de hacer poesía sin trascenderla, porque cualquier poema siempre, siempre, nos confronta y hace ser lo que no somos.

P.— Cómo fue su experiencia de participar en la Feria del Libro de Madrid, una de las citas más prestigiosas de la literatura española?
R.—Pues fue, ante todo, una experiencia muy divertida, durante la que comprobé que me falta mano con las dedicatorias, quizá porque se me dan muy mal los poemas de amor.

Había tanta gente paseándose por el Retiro, tantos aburriéndose en las colas para obtener una firma de tipos con los que a su vez podrían compartir la cola del pan sin darse cuenta. Y luego la gente extraña en esta era de móviles y cachivaches tecnológicos, lista para un hecho tan extraño como comprar libros en papel. Yo no sé si quedan suficientes soñadores con tiempo para leer, pero los de Madrid estaban allí todos, libreros y valientes, contra viento y marea.

Me lo pasé tan bien que se me hizo corta la experiencia. Buena señal.

P.— Es llamativo que la edición sea bilingüe. Un detalle que se agradece. ¿El original lo escribió en castellano o inglés?

R.—La lengua de referencia de este libro es el castellano. La traducción al inglés fue realizada a partir de una primera versión final (que luego sufrió ciertos cambios previos al proceso de edición y durante el mismo). La cuestión del bilingüismo ha concitado alguna atención, aunque en el mundo actual debiera ser cada vez más común entender los procesos creativos con perspectivas abiertas. La traducción al inglés remite, por una parte, a mi propio ambiente y medio de trabajo, en el que muchos de mis amigos y parte de mi familia desconocen por completo el castellano, por lo que necesito el inglés o el francés para ofrecerles las cosas que escribo. Además, en el momento de escribir este libro ni siquiera tenía claro si podría publicarlo en España, y la opción de hacerlo en el extranjero planeó antes de que los Cuadernos del Laberinto me ofrecieran esta posibilidad de publicar. Yo conocía algunos de sus libros y creo que los tratan con mucho mimo, a la vista está el resultado. Les dije que había traducción al inglés y les pareció una buena idea incluirla.

También me gusta pensar que la publicación bilingüe implica una toma de posición respecto al lenguaje poético. El lenguaje, al final, no es más que el vehículo que nos lleva a la poesía. Uno puede viajar en Ferrari o en monopatín, e incluso puede que su destino final sea la tienda de monopatines, pero no debería perder de vista que lo que sustanciará sus hallazgos son más los poemas que las palabras, porque los poemas hablan directamente a la inteligencia.

P.— Lleva viviendo fuera de España muchos años ¿Cómo se ve nuestro país desde los ojos de la distancia?
R.— Llevo fuera más de una década, tiempo suficiente como para poder ser diplomático y decir que lo veo… más de lejos que de cerca.


Puedes leer a Diego Agúndez en :
El habitante del tiempo. Diego Agúndez

El habitante del tiempo
Diego Agúndez


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