El poemario que tienes entre tus manos
ha supuesto un importante ejercicio de inmersión en las
aguas profundas de la voluntad y en su memoria más íntima,
hijo del tiempo de lo ineludible, del deseo y su aliento, fruto
de la piel y sus grietas. Poesía por tanto de mi funeral
y mi bautismo. De eso hablan estas estrofas. Es la poesía
de los vasos comunicantes, la que conecta los extremos.
Los poemas que se hayan aquí reunidos son consecuencia
directa del anhelo. Anhelo por comprender el misterio que se cierne
sobre nosotros, sobre un cuerpo y un espíritu invadidos
por la emoción más viva. En esta ofrenda están
los espejos y las nubes que llenan mis días, los interrogantes
y el grito. Sí, también el grito. El canto de una
caracola que entrego como el bien más preciado al que me
aferro: la voz interior. ¿Puede acaso un verso venir de
otro legítimo lugar?
En la escucha de esas voces interiores, a veces escondidas sobre
las regiones más sencillas, sobre la cotidianidad de los
objetos y su grandeza, otras apostadas en la carne más
despierta y voraz, he ido trasladando el eco de mis letras al
papel. Al concluir el poemario, el papel fue convirtiéndose
lentamente en cuerpo de semilla. Una simiente que emite todavía
intacta, desde el núcleo del ámbar milenario en
el que quedó atrapada, el mensaje cifrado de su condición.
Simiente de ámbar es el trazo del animal sobre la
arena. Un animal que se resiste a silenciar su humanidad. Podría
decirse pues, que si yo soy piedra, estos versos son los líquenes
que, aferrados a mí, comparto en su total desnudez.
¡Qué lejos estoy de mí!
De mi pecho a mi boca
media un millón de acres por labrar.
¿Qué arado me servirá para tal fin?
¿Qué yugo a mis bestias?
¿Qué semillas germinarán?
Convertirnos en nosotros mismos es una tarea indeclinable. Llevar
a la consciencia esa distancia, esa tierra por labrar, forma parte
de la aventura mayúscula del ser.
Del conjunto de estos poemas veremos emerger este esfuerzo constante.
El afán por conocer la tierra donde crecen nuestras semillas,
su anatomía y posibilidades. Es precisamente en ese territorio
donde suceden estos versos. De ahí surgen las preguntas
inevitables, y con ellas, el desafío de sus respuestas.
Por el camino, el asombro, las confesiones, el deseo, la luz,
el impulso, el dolor, el deber del escriba que pacientemente conforma
sobre el papel el dictado de una voluntad penetrante.
PRIMER MANIFIESTO
Si tuviera ojos los abriría
como se abre el paisaje en tus brazos
a la hierba, al camino, a la fuente.
Si supiera de mi piel la extendería
como una orilla en el equilibrio de la tuya
despierta y antigua.
Pero ahora sólo soy viento
que entra y sale de ti
viento que orbita tu pan
que pasea inquieto entre tus dedos.
Soy la raíz del céfiro
sobre tus labios
bajo tus sombras.
NATURALEZA MUERTA
Debe ser que me crecen flores en las manos
por eso las siento ahora moviéndose ligeras
(la tierra húmeda entre mis dedos)
Las raíces de estas flores que me crecen
no se parecen a las demás raíces
que escarban mi cuerpo en busca de sombra.
Se parecen más a un camino lleno de piedras
que debiera andarse desnudo
sin corregirse.
Estas raíces
son lo más vivo
de mi naturaleza muerta.
Jaume Ojea
(Barcelona, 1969) es un inquieto buscador
de silencios. Conocido por su intensa actividad en el campo de
las artes visuales, es también autor de varias novelas
y poemarios. Su relación con la literatura es muy temprana.
Al igual que sucedió con el arte, verso y prosa pronto
se convirtieron en compañeros de viaje imprescindibles.
Sus letras y pinceladas, ventanas a las que se asoma a diario
en un acto casi ritual, tratan de afrontar siempre los rincones
más inhóspitos del ser humano e ir en busca de esa
antorcha que aporte cierta luz en el devenir de los días.
Jaume Ojea y su poemario "Simiente
de ámbar" en Radio Eiberoamericana. Noviembre, 2023
Jaume Ojea recomienda a Mircea Cartarescu.
Revista Vida Nueva (marzo 2024)